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Aún así, estaba destrozado por dentro. Algo no marchaba bien en su vida ni en el mundo. Se había enterado casi sin querer que, Héctor Mature, alias Galendel, administrador de economiamia.com, había sido internado en un sanatorio de la ciudad. Aquello le había afectado profundamente. ¿Adónde había llegado la sociedad? ¿Adónde había llegado él mismo? Se sentía profundamente culpable por la suerte de Galendel, ya que había tenido algún que otro encontronazo en el Foro con él, incluso por mensajes privados, y creyó que quizás le había presionado demasiado. Tras unos cuantos mediodías sin dormir (no la siesta, sino su sueño habitual), fue profundamente preocupado al psicólogo y éste le dijo algo así como que "Tranquilo, un administrador de un foro tiene muchas presiones, la tuya seguro que fue insignificante comparado con el total", u otras lindezas del tipo "Seguro que estaba mal de la cabeza desde el principio. ¿A quién si no se le ocurre montar un foro de economía en los tiempos que corren?".
Tal vez el psicólogo tuviera razón, pero aún así, no le hacía sentir mejor habiendo aportado su grano de arena en la destrucción del alma de un hombre. Su psicólogo le dijo que, bueno, si no hay más remedio, si quieres mitigar tu dolor, haz algo bueno para ese hombre. Ya sabéis, asuntos del karma y esas cosas, ayúdale en lo que puedas y chorradas de esas que se tragan los pacientes a primeras de cambio sin pararse a analizar lo ridículo de la situación. Y quiso enmendar sus errores: Había ido al sanatorio y había intentado primero convencer y luego sobornar al Doctor Casas para que soltase a Héctor Mature. Pero por lo visto el daño era irreparable, el tipo estaba completamente ido, y ni siquiera todo el dinero del mundo podría sacar a Mature de su celda de reclusión máxima.
Hastiado y realmente jodido se fue a buscar curro, ya que pensó que a sus ciento sesenta años ya estaba bien de vivir de sus padres. Envió un currículum doblemente bueno, por aquello de breve y bueno. Para asegurarse el puesto, colocó sólo tres aspectos de su vida: el primero, que hablaba rumano, lo cual era importantísimo en los negocios, el segundo que sabía papiroflexia, lo cual, si bien no era a primera instancia un dote indispensable para una correduría de seguros, sí daba a entender que era un tío culto, inteligente, paciente, meticuloso, equilibrado, sensible, racional y bien plantao. Y el tercero, su genética predominantemente vampírica. Ahí sí que puso una ligera mentirijilla, pues su porcentaje vampírico no era tan elevado como reflejó en el papel. Por desgracia el gerente de la Penínsular no se fiaba ni un pelo, así que tuvo que recurrir al Doctor Casas para que le falsificara un documento al respecto. Gracias a eso (y una bonita rana de papel de quinientos euros) consiguió el trabajo.
Pero las cosas no marchaban bien. Héctor Mature seguía loco de remate por su culpa, Marcelo Malatesta (la competencia) no cesaba en su empeño de intentar sobornarle para que le pasase su cartera de clientes, el Gobierno estaba a punto de invadir otro país en nombre de la libertad, ya no se podía fumar ni en la calle, ni beber bajo techo (¿o era al revés? El caso, que ya no se podía fumar y beber al mismo tiempo), el aparcamiento cada día estaba peor, la gasolina por las nubes, los montes quemados, la lluvia ácida, los licántropos depilándose, los vampiros desprestigiados en series y películas romanticonas...
Y últimamente estaba recibiendo amenazas veladas por parte de un anónimo. Alguien sabía que Vladimir Petrescu era Mr_Tepes, y sabía donde trabajaba. ¿Algún familiar de Héctor Mature resentido? Tuvo un atisbo de miedo. Todo aquello le incomodaba sobremanera. Le superaba. Echó mano del bolsillo interior de su levita para consultar su agenda pero no la encontró. ¿La habría perdido?
Pensó en Marcelo Malatesta. Apenas dos horas antes se habían visto y le había regalado una botella de Bourbon y una palanca de ratero. No me vas a convencer con regalitos, le había dicho. Soy un vampiro honrado. Malatesta se le había descojonado en su cara. ¿Un chupasangre honrado? Son dos palabras irreconciliables. Un oxímoron en toda regla. Tras un discursito en plan la vida es una jungla y sólo sobrevive el más fuerte, que si la botella de Bourbon representa las amistades convenientes, los negocios del hablar, y que si la palanca es la vida cruel y pragmática, los negocios del manos a la obra...
Que si estaba dispuesto a compartir sus negocios con él, y que si tenía algunos negocios bastante más lucrativos que el de los seguros propiamente dicho, el vampiro le insiste en que es incorruptible, Marcelo le dice que vale, que se lo cree (sus cojones, se lo cree) y acaban la reunión con un apretón de manos insustancial y un inesperado abrazo. ¿Le había robado ahí su agenda? No podía asegurarlo.
Cabecea amargado, se levanta y cierra la puerta por dentro. No más visitas por hoy.
Reflexiona: si no se la habían robado, la agenda sólo podía estar en dos sitios: o en su levita, o en el cajón blindado.
Echa mano de la llave, pero tampoco la encuentra. ¿Será posible? ¿Se la había robado también o era todo imaginación suya?
Pues ni corto ni perezoso coge la palanca de acero y se pone a forzar el cajón blindado. Dos minutos después de astillar la tapa y poco más, se rinde. Se siente frustrado, derrotado. Deja la palanca debajo del sillón de cuero; no quiere verla. Le avergüenza de dónde procede y lo que representa. Coge el vaso de sangre y lo apura de un trago. Ya casi que ni aprecia el buen paladar de una buena añada de O positivo.
Mierda. Mira a través del vidrio del vaso y la realidad detrás de él se deforma. Vaya mierda de vampiro estás hecho, se dice. Con más del 60% de genes vampíricos, te puedes sentir afortunado. Mira en la mesa y repara en la botella de Bourbon. ¿Sabes qué?, se auto pregunta y se auto responde: a la mierda.
Va hasta el mueble bar y coge otro vaso. Se sienta en frente, se sirve media copa de Bourbon, y dice frases interesantes sobre la vida poniendo vocecilla de Malatesta. "O matas o mueres", "La sociedad te ha hecho así" y cosas por el estilo. Vuelve a mirar el mundo a través de un vaso, pero esta vez no está vacío, contiene Bourbon. ¿Qué sabor tendrá?, se preguntó. ¿Me afectaría mucho si me lo bebiera?
Sabiendo que seguramente no toleraría muy bien el alcohol, pero sabiendo también que un sorbito es inofensivo, pues sorbió, casi mojándose los labios.
Pero como suele ocurrir con las drogas y otros vicios, poco a poco es como uno mete la gamba (o el miembro) hasta el fondo y las consecuencias son imprevisibles. Esperó que el sabor le repudiara, pero no fue así. Le resultó dulzón. Junto con la sangre residual que le quedaba en la garganta, le daba al asunto un sabor interesante. Sorbió un poquito más. Sí, definitivamente sabía bien y no le ocurría nada malo. Dio un sorbito más y sus sentidos se agudizaron, no, mentira, le daban información confusamente curiosa. Curiosamente falsa. Falsamente estimulante. ¿Se estaba emborrachando con dos sorbitos y medio? Tonteríassss. Otro sorbito. Ta güeno esssto, joé.
La oficina caoba le daba vueltas. Dejó el vaso sobre la mesa. Buscó el sofá y pensó: Ahora cuando pase el sofá me tiro encima. Pero algo le decía que no era ni la oficina ni el sofá los que giraban, sino su cabeza. Necesito aire fresco. A pasos inciertos llegó hasta la ventana y la abrió. El viento fresco le vino bien. Abajo la ciudad dormía, ignorante de los peligros que le acechaban a diario en forma de préstamos imposibles, hipotecas salvajes y seguros que siempre encuentran una excusa en forma de letra pequeña para no pagarte. El hombre había creado un sistema que lo esclavizaba. ¡Ay! ¡Qué tiempos aquéllos (que él nunca había conocido) sin tecnología, ni papeleo ni funcionarios, en los que todos iban con taparrabos y las razas puras todavía existían! En mal momento una vampiresa se enamoró de un licántropo, una enana de un elfo, un zombi de una humana y un troll de una administradora de un foro. Añoraba los cuentos que le contaba su madre, donde un Conde Drácula se comía a la gente mala como Malatesta y desaparecía del lugar convertido en murciélago, sin agobios. Seguro que un vampiro de raza pura era capaz de eso y de mucho más. ¿Convertirse en niebla? ¡Claro! ¿Volar? ¡Por supuesto!
Se subió a la repisa de la ventana y soñó que volaba, acompañado por la dulce brisa.
—¡¡Míster Tepes, abre la puerta, cabrón!! —se oye desde fuera, a gritos, aporreando la madera.
Al pobre Vladimir aquello le da un susto de muerte y se resbala. Cuatro horas después lo encuentran fundido con el asfalto.
Fin