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Al llegar a la sala de interrogatorios, tras un par de latas de Red Bull que lo vigorizaron casi al instante, comprobó que le estaban esperando. En el centro de la sala, en un extremo de la mesa acristalada, sentado se hallaba un enano repeinado con el pelo engominado, gafas de pasta, cual cerdo esperando la matanza. Como cuando interrogaron al gnomo la otra vez, los pies no le llegaban al suelo y cada respiración del detenido empañaba de vaho el cristal de la mesa. Entró Esparza y dejó caer todas las pruebas sobre la mesa, con gran estrépito.
—Todo encaja, maldita sea —empezó.
Mientras hojeaba los informes sobre el caso, daba vueltas sobre la mesa donde estaba el acusado.
—Bertín Bermejo. Es usted tan enano como el tipo que aparece en el vídeo del ascensor de la Buitrera. Hemos encontrado en su piso la capa y el sombrero que usó para cubrirse de las cámaras. Hemos encontrado también el listón de madera con la mano de plástico en el extremo que usó para llegar al botón 33. Hemos sabido que mandó un currículum en papel a la Peninsular. ¡En papel! Por Dios, mande un PDF o un DOC como todo el mundo. —Hizo un pausa—. No contento, guardó una copia del currículum en su casa. Currículum que ya está en nuestro poder, por cierto. Nuestros expertos ya se lo están leyendo a turnos de ocho horas, y como alguno de ellos se me muera de aburrimiento juro que le endosaré otro asesinato.
El enano bajó la vista, incapaz de sostenerle la mirada a Esparza, y tragó saliva, en silencio. Esparza habló nuevamente:
—Esto fue lo que pasó: Quería usted trabajar en la Peninsular, ¿verdad? ¿Para qué? Yo se lo diré. Para acercarse a su acérrimo enemigo, Vlad Petrescu, alias Mr_Tepes, y asesinarlo. Pero sus planes no fueron bien, y su solicitud de trabajo fue cabalmente ignorada. Así que fue enviándole amenazas de muerte, y un día fue personalmente a matarlo, y vaya si lo consiguió. El vampiro desconocía su aspecto, desconocía el rostro que se escondía detrás del nick de Bigman, y le invitó a su despacho como si fuera un cliente más. Usted bebió con él y le lanzó por la ventana, cumpliendo así su venganza. Se aseguró de borrar todas sus huellas. ¿Es eso cierto?
Los ojos de Bertín Bermejo estaban enrojecidos, su rostro sudaba a mares y sus manos temblaban. El calor de la sala era sofocante y las imágenes sensuales de mujeres semidesnudas sobre las paredes no ayudaban mucho a paliarlo.
—Sí —dijo tímidamente.
—¿Cómo se declara usted del cargo de asesinato de Vlad Petrescu?
—Cul.. Culpable.
—¡No le oigo!
—¡Culpable! ¡Soy culpable! —explotó.
Puso las manos sobre la mesa y ayudándose de los codos consiguió ponerse de pie sobre la silla.
—¡Ni idea! ¡No tenéis ni idea! —empezó—. ¡Míster Tepes estaba completamente loco! ¡Loco! Y ya no hablo de sus opiniones acerca de que hay que darle más dinero a los bancos, que el futuro es invertir otra vez en el ladrillo, o que para salvar el país hay que subir el IVA al 40%.
—¿Y qué propone usted para salir de la crisis, entonces, so listillo? —la curiosidad le mataba.
—¡Pues justo lo contrario! Si bajamos los impuestos, se anima al consumidor a comprar, por lo que las empresas pueden producir más a precios asequibles para el ciudadano. Subir el salario mínimo y poner un tope salarial de cinco mil euros mensuales.
—A ver si lo he entendido. ¿Dice usted que nadie, ni siquiera los banqueros, ni los políticos, ni los gerentes de compañías telefónicas deberían ganar más de cinco mil euros al mes?
—Exactamente, lo ha entendido. Si sus empresas generan millonadas, que se reinviertan contratando personal y expandiendo la empresa, nada de acumular dinero para despilfarrar. De ese modo, el dinero se reparte entre la ciudadanía, no se acumula en los bancos ni se quema en chorradas. Con cinco mil euros al mes se puede vivir sobradamente bien.
Esparza reflexionó sobre ese punto. La verdad es que ese sueldo estaba varias veces por encima de su sueldo actual. Y el podía vivir. Pero, ¿y si pusieran ese límite justo cuando su carrera policial estuviera reconocida? No podría pasar de cinco mil euros, y saber que tienes un tope salarial te puede poner de muy mala hostia, aunque sea un tope alto.
—Los que se forran no creo que estuvieran muy de acuerdo si fuera usted presidente, no le digo ya los bancos o los controladores aéreos. Poner a esta gente de mala leche es muy peligroso, podríamos quedarnos sin tarjetas de crédito, sin viajes, sin agua caliente o sin televisión por cable. ¿Ha pensado bien en lo que dice?
—Puf, pues eso que todavía no le he contado mi plan de economía sostenible.
—Sorpréndame.
—Debería prohibirse hacer negocios con el dinero.
—¿Perdón?
—Quiero decir, el dinero es moneda de cambio, pero el dinero no puede comprarse a un precio más caro que él mismo.
—Me he perdido.
—Coño, los intereses. Si pide un préstamo al 15%, tiene que pagar un 15% más de lo que pidió. Es decir, está comprando 100 euros al precio de 115 euros. Está comprando dinero con dinero. ¿No lo ve? No existen esos 15 euros de más en el mercado. Ese es el problema, que surgen de la nada. Nadie los tiene. Son un truco financiero. Parece magia y nos la creemos, pero en realidad las matemáticas no se equivocan. Justo ése es el origen del problema del capitalismo actual. Que se genera dinero de la nada, y si es usted un poco listo se dará cuenta que el dinero que sale de la nada es imposible que se pueda pagar, porque no existe.
»La economía actual se sostiene aparentemente porque hay mucha gente en el juego y la deuda generada por los intereses se va moviendo de aquí para allá y parece que en un entorno reducido la cosa funciona. Pero las cifras globales no engañan y la lógica tampoco: de donde no hay no se puede sacar. Llega un día en que el sistema está tan endeudado que explota. De ahí las crisis. Todas tienen el mismo origen, pero hay demasiados intereses, demasiados _lobbys_ de presión que quieren mantener su estado de privilegio máximo, de forrarse cada día más y sin currar un carajo.
—Hombre, visto así... ¿Pero propone quitar los préstamos?
—No. Sólo los intereses. Préstamos a interés cero. Claro, se estará usted preguntando de qué van a vivir los bancos, entonces. Y es que los bancos no deberían ganar dinero. Los bancos deberían ser del Estado. El Estado te presta equis dinero para los estudios, equis dinero para un piso y equis dinero para un coche. Tú ya se lo devolverás, a interés cero, por supuesto.
—Cristo Santísimo. ¡Qué locura!
—Pues espere, que queda lo mejor. El libre mercado jamás debería globalizarse hasta que todos los países no estuvieran al mismo nivel de vida y el mismo nivel competitivo. Claro, pensará que eso es imposible. Bien, atento a esto porque es importante. Simplemente, un país A sólo debería tener relaciones comerciales con un país B si la diferencia entre el poder adquisitivo del ciudadano medio de ambos es inferior al 7,3%
—¿Por qué el 7,3%? Ponga un 5% o un 10%, hombre, ya son ganas de complicar las cosas.
—Porque no es una cifra arbitraria, amigo. Es un porcentaje resultado de un estudio estudiosamente estudiado. Tengo miles de gráficas en Open Office y he desarrollado siete teoremas matemáticos de ingeniería social y psicohistórica. Y el resultado final es 7,3%. Bueno, en realidad es 7,310257%, pero no vamos a ponernos _tiquismiquis_, ¿verdad?
—Joder, señor Bermejo. Está usted como una puta cabra. Sepa que por mucho menos que eso hay una persona recluida en un sanatorio mental, en una celda acolchada y hace años que no ve el sol. Yo de usted no volvería a mencionar este tema jamás, si no quiere pasarse el resto de su vida cagando enfundado en un mono con correas, esperando a que sea la hora de la merienda y se lo cambien. De verdad, con esas ideas suyas, no me extraña nada que el chupasangre le tuviera manía.
—¿Manía? Ese energúmeno me perseguía de post en post. ¡Está demostrado que cuando yo abría la boca él contestaba dos minutos después para negar todo lo que yo decía! Yo razonaba, me documentaba, ponía mis fuentes, contrastaba la información, me curraba unos posts largos y sesudos, mientras que ese tiparraco se limitaba a decir sandeces en, a lo sumo, dos frases. ¡Dos frases! Imagínense, mis intervenciones eran como artículos de opinión, mientras que las suyas eran del estilo "No me creo nada", o "Bigman debe de estar borracho para opinar esto". Para colmo, el administrador del foro no hacía nada. ¡Nada! Toques de atención completamente vacíos y sin consecuencias.
—Entiendo que tuviera sus razones, señor Bermejo. Pero después de tragarme sus gilipolleces económicas y foreras, quisiera que mejor me relatara usted cómo cometió el asesinato.
—Oh, fue pura casualidad. Yo quise entrar a trabajar en la Seguros Peninsular, ya que pude informarme y descubrí que necesitaban a alguien para un cargo de importancia. Les mandé mi currículum y no pudieron haberme rechazado, ya que mis conocimientos son incalculables. ¡Sobre cualquier cosa! Siempre gano en el Trivial Pursuit y en el Party. ¡No tengo rival!
—Pero no obstante le rechazaron.
—¡Seguro que no leyeron mi currículum! ¡De haberlo hecho me hubieran contratado!
—Pero, alma de Dios, si incluso ahora nos lo estamos leyendo nosotros por compromiso. ¿Quién va a leerse semejante tocho?
—¡No es excusa! Ni siquiera lo abrieron. En el principio hay un índice resumido de cuarenta páginas. ¡Ni siquiera se leyeron eso!
—Sí, ya me imagino —De pronto un chasquido en el pinganillo de Esparza interrumpió la conversación—. Me informan que el primer turno de lectura ha acabado. Se ha detenido en la página treinta y dos y ha pedido una tortilla de aspirinas y un Nolotil. Como se pille la baja por accidente laboral, caballero, pagará usted su sueldo. Pero no me venga con monsergas; ignoraron su currículum, ¿y qué? Yo también lo habría hecho. Además, con su estatura sólo le hubieran contratado para media jornada. No le habría salido rentable. Continúe.
—Pues como no me podía creer que no me contrataran a mí, investigué. Rondé la planta treinta y tres durante una semana entera y averigüé que contrataron a otra persona. Seguí investigando, haciendo las preguntas a la gente que iba y venía, y descubrí que se trataba de un tal Vladimir Petrescu. Cuando oí que era un vampiro, que sabía rumano y tenía conocimientos de papiroflexia tuve una revelación. ¡Maldita sea, tenía el mismo perfil que Mr_Tepes! ¡Mi acérrimo enemigo me había usurpado un puesto al que yo estaba predestinado! ¡Yo! ¡El trabajo de mi vida!
—Su odio hacia Vlad Petrescu, usurpador de su lugar de trabajo, se sumó al odio irracional hacia Mr_Tepes. Y claro, no se pudo contener.
—Sí, le envié un aviso cariñoso, diciéndole que sabía quién era él. Para acojonarlo. Hasta que un día no pude más.
—Se disfrazó convenientemente, con una capa y un sombrero para birlar las cámaras de seguridad y se encontró con el vampiro cara a cara. Claro, él no le conocía, estaba en clara desventaja. Le invitó a un buen trago de Bourbon y usted lo lanzó por la ventana.
—¡Exacto, eso es!
—Pero... —interrumpió Telgarien recordando el razonamiento de Esparza el otro día—. ¿Cómo pudo tirarlo por la ventana con su estatura... emmm... reducida?
Esparza frunció el entrecejo, interesado, aunque la respuesta podía dejar en evidencia su razonamiento inicial de que un enano jamás podría tirar por la ventana a alguien de estatura normal. El enano dudó un instante, ¿para qué querían los detalles? Finalmente, contestó:
—Se asomó él a la ventana. Yo simplemente tiré de sus pies y voló como un murcielaguito borracho.
—Tiene lógica —dijo Telgarien mirando a Esparza, esperando su aprobación.
Esparza luego le diría al elfo listillo que su suposición inicial implicaba que el vampiro estaba muerto o inconsciente antes de tirarlo, y que por eso alguien de baja estatura no podía levantar un peso muerto y lanzarlo por la ventana. Pero ya le diría eso fuera, allí delante y con las cámaras grabando no era plan de montar una escenita.
—Y supongo —dijo Esparza— que intentaba usted recuperar la nota incriminatoria forzando el cajón donde estaba guardada. El cajón cerrado con llave. Lo forzó con esta palanca, ¿no es así?
La palanca de acero brilló delante de los ojos gafapasta del enano repeinado y éste se plantó encima de la mesa para poder mirar cara a cara a Esparza.
—¡Por supuesto! ¿Para qué iba a negarlo? —le desafió.
—No lo sé. Quizás porque no fuiste tú y sólo buscas la fama.
El enano primero se quedó de piedra. Luego miró al suelo. Y luego se descojonó.
—¡Es cierto! ¡Yo no fui! ¡Que venga mi abogado!
—¡Maldito enano, no juegues conmigo! —se lanzó Esparza cogiéndolo por las solapas de la chaqueta y levantándolo un palmo de la mesa.
—¡Suélteme o le acuso de abuso de autoridad! —le amenazó.
Esparza lo dejó suavemente, pero en la silla y le prohibió subirse a ella.
—Aunque no confesaras, aunque lo negaras todo, irías igualmente derechito a la cárcel. Tenemos pruebas de sobra, una confesión inicial grabada y un móvil. Dos CDs piratas recopilatorios de música de los ochenta, la película Blade Runner bajada del emule y un Linux instalado en tu PC. Estás frito, chaval.
—¿Entonces qué hago aquí? ¿Para qué toda la parafernalia?
Telgarien sonrió, y no pudo contenerse. Y le dijo:
—Curiosidad. Queremos saber cómo saliste de la oficina cerrada por dentro.
El enano se descojonó por segunda vez.
—Pues os vais a quedar con las ganas.
—¡Me cago en la canija de tu madre! —explotó Esparza, quien se abalanzó de nuevo sobre Bermejo, a punto de partirle los morros, pero recordó dónde estaba.
Así que se calmó, salió de la sala de interrogatorios, se encaró al técnico y le dijo:
—Desconecta la cámara.
—¿Qué?
—Que desconectes la cámara ahora mismo o vete buscando otro contrato de prácticas en otra empresa.
El técnico no tardó ni un segundo en bajar la palanquita que desenchufaba la cámara de marras y una lucecita roja se apagó. Dentro de la sala, otra lucecita en la cámara dejó de parpadear. El elfo reparó en ella, y no pudo evitar fijar su mirada y esbozar un gesto de desaprobación. Mal asunto. Bertín Bermejo se dio cuenta del gesto del teniente y tragó saliva. Algo malo iba a pasar. Muy malo.
Cinco minutos después entró Esparza con la determinación de un huracán en la sala de interrogatorios. Bajo el brazo llevaba un ordenador portátil muy cuco. Una manzana mordisqueada en mate adornaba la carcasa cromada e impoluta. Bertín Bermejo tragó saliva otra vez. No le gustaban nada esos ordenadores ni nada relacionado con ellos.
—Bueno, bueno, a ver qué tenemos aquí... —dijo Esparza con aire ausente mientras encendía el cacharrito de varios miles de euros.
—¿Qué...? ¿Qué está haciendo? —preguntó el enano, que de pronto pareció empequeñecerse más todavía en su asiento.
—Oh, nada, vamos a ver una sesión de vídeos.
—¿Qué clase de vídeos?
—¿Has visto alguna vez La Naranja Mecánica?
Claro que la había visto, varias veces de hecho, y no le gustaba nada el cariz que estaba tomando aquello. El que no la había visto era Esparza, precisamente. Pero había una escena que, por alguna razón, se le había quedado en la retina. Tal vez haciendo zapping, algún programa cultureta, quizás del Punset o del Jordi Hurtado, quién sabe. En esa escena que todos recordaréis (si Esparza la recordaba cualquiera puede), se le colocan unos alambres a modo de ganchos en los párpados al incauto, para que no pueda cerrar los ojos y ver una serie de imágenes horripilantes durante horas.
Esparza hizo clic sobre la pantalla táctil y arrastró una serie de iconos. Empezó el festival.
—¡No! ¡No! —gritaba Bertín Bermejo, asustado.
Sobre la pantalla aparecía ya un tal Steve Jobs, todavía en vida, en una de sus conferencias de presentación de los cacharritos de Apple.
—Es una conferencia de dos horas. —El minutaje del reproductor amenazaba con darle la razón al capitán del CSIC—. ¿Quieres tragártela entera?
—¡No! —dijo mientras apartaba la mirada y cerraba los ojos.
Esparza lo cogió por detrás y con las manos le abría los ojos.
—¡Mira y escucha bien, bastardo!
—¡No!
—¿Me contarás cómo coño escapaste?
—¡No!
—Tú lo has querido. Telgarien, pon en marcha todos los vídeos a la vez.
La pantalla se partió en cuatro. Arriba a la izquierda, Steve Jobs dando el coñazo. Arriba a la derecha, personas muy altas jugando un partido de baloncesto de la NBA. Abajo a la izquierda, una sesión de cultura de nivel, Gran Hermano, pero el de Mercedes Milá, no el de George Orwell. Abajo a la derecha, un peliculón: Crepúsculo.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Noooooooo!
Los espasmos del enano eran tan brutales que a Esparza le costaba mantenerlo de frente al Mac.
—¿Hablarás?
—¡Hablaré! ¡Hablaré!
El capitán del CSIC hizo un gesto y Telgarien cerró la tapa del Mac. Bertín Bermejo intentaba recuperar el aliento, y con voz entrecortada dijo:
—Por la ventana... Salté por... la ventana.
Esparza echó mano del portátil.
—¡No puedes volar! —amenazó con poner de nuevo los vídeos si no conseguía una explicación plausible.
—Llevaba paracaídas. Hago salto base. Puede comprobarlo, página quinientos treinta y siete de mi currículum.
Alguien desde el otro lado le corroboró por el pinganillo que era cierto. En el quinquagésimo capitulo del apartado "Aficiones". Maldita sea, pensó Esparza, un paracaídas no se abre a tiempo a treinta y tres pisos de altura, a no ser... A no ser que el tío que se lanza pese menos que una pluma. Ese fue su razonamiento. (Nota del científico: a decir verdad, todos los cuerpos caen a la misma velocidad, que va aumentando a razón de nueve coma ocho metros por segundo cada segundo, independientemente de su peso, y no influye nada en este caso.) (Nota del que busca en la wikipedia: en el salto base se puede saltar desde incluso menos altura sin muchos problemas. Sólo se requiere buen material y mucha experiencia.) (Nota del autor: no voy a sacar de su ignorancia a Esparza en este momento, lo hará Telgarien, meses después y le caerá un paquete de cojones. Así que mejor que le caiga a él y no a mí.)
—Lleváoslo de aquí, ya he oído bastante.
Todo encajaba a la perfección, como un puzle de mil piezas, y acababa de colocar la última de ellas. Otro caso perfecto, un criminal menos en las calles y la reputación de su departamento seguía aumentando. Con un poco de suerte le subirían el sueldo. Por el momento, se iba a casa a pedirle dinero a su mujer, ya que no disponía de efectivo.
Después iría al Nautylus a emborracharse y si tenía suerte se encontraría con la zorra que le robó la cartera. Y si no, encontraría a otra con la que desahogarse. Nada mejor que alcohol y mujeres para curarse las heridas de guerra.