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—El gusto es mío, créame, doctor.
—Sepa usted que ya he hecho los trámites para que Héctor Mature esté confinado de por vida en la celda de reclusión especial y sin posibilidad de visitas. Tal y como usted indicó.
—Sepa usted que me complace oír esto.
—A no ser, claro está, que sea usted o cualquier agente de la ley quien requiera interrogar de nuevo al sujeto en cuestión —agregó—. ¿Es por eso que está usted aquí? ¿Requiere de otra entrevista con Hache punto Mature?
—No exactamente, doctor. Para ser más concretos le requiero a usted.
—¿A mí? No entiendo, pero si puedo ayudarle en algo...
—Bueno, doctor, podría decirse que debe usted acompañarme urgentemente a comisaría, lo que oficialmente podría traducirse como que está usted arrestado. No sé si me he explicado bien o si necesita alguna aclaración adicional.
—¿Arrestado? Me parece que no comprendo. ¿Bajo qué cargos si puede saberse?
—Falsificación de documentos sanitarios, cómplice de asesinato y, con suerte, del propio asesinato de Vladimir Petrescu.
—Debe usted estar de broma.
—No, no lo estoy. ¿Hago cara de contar chistes? —preguntó señalándose los ojos de cabritillo enfurruñado—. ¿Es ésta su firma por casualidad? —le preguntó y le alargó el certificado de Vladimir Petrescu.
El doctor Casas cambió el rictus de su cara al ver los papeles. A peor, se entiende, pasando de formal a acojonado total, de medianamente tranquilo a preocupantemente alarmado.
—¿Es usted ciego o es sordo? ¿Es esta su firma o no? —insistió Esparza, plantándoselos en la cara—. ¡Conteste!
—Sí, sí lo es —admitió éste finalmente sabiéndose pillado con las manos en la masa.
—Bien, queda usted arrestado por asesinato o, como mínimo formar parte del complot de asesinato.
—Yo... No entiendo. Sí, es cierto, falsifiqué ese documento, pero no sé que tiene que ver eso con el asesinato que me impugna.
—Pues es bien fácil. Usted mató a Vladimir Petrescu, alias Míster Tepes, o como mínimo le hizo usted matar.
—¿Petrescu era Míster Tepes? —dijo el doctor aparentemente confundido y Esparza dudó un instante de si era o no una emoción fingida—. No lo entiendo. No tiene ningún sentido.
—Pues claro que lo tiene —aseveró con rotundidad, y pasando su mente a unas imágenes preclaras en blanco y negro agregó—: Esto es lo que pasó:
»Llegó a sus manos un paciente con problemas de identidad y esquizofrenia múltiple, un tal Héctor Mature que era un administrador peligroso conocido como Galendel en su propio foro de economía. El señor Petrescu a quien no le caía muy bien su recién llegado paciente, se enteró de dónde estaba hospitalizado y llegó hasta usted. Le ofreció una bonita suma de dinero a cambio de asegurarse de que Héctor Mature fuera recluido en una celda de máxima seguridad y recibiera el peor trato posible, ya que le odiaba a muerte. Usted aceptó encantado, pues no era la primera vez que comerciaba falsificando documentos y pensó que un ingreso extra no le iría nada mal. Para postres, el paciente tenía todas las trazas de ser un perfecto anormal, con lo que nadie le recriminaría por hacer bien su trabajo.
»Pero su trabajo era caro y Petrescu alegó que se había quedado sin efectivo. Le pagó sólo una parte, pero le prometió más dinero si conseguía trabajo en una compañía de seguros, la Seguros Peninsular. Sin embargo, surgió un problema. En su currículum, Vladimir tuvo que decir que era un 92,6% vampiro cuando en realidad sólo lo era en un 70% aproximadamente, cosa que era, a la vez, una garantía de éxito y de fracaso. Porque el gerente de la Peninsular se vio altamente interesado por contratar a Vladimir y, al mismo tiempo, no pudo fiarse de su suerte y tuvo que pedirle un certificado médico. Y ahí entra usted de nuevo, pues el falsificar documentos de esta índole no le era del todo ajeno, diríase que tenía usted cierta pericia en estos menesteres, puesto que lleva algún tiempo metido en este negocio. Concretamente, desde que compró un piso en el centro de la ciudad desde donde defrauda usted a ésta, nuestra sociedad, a la que yo he jurado proteger.
»Sí, hemos investigado sus pertenencias cotejando la base de datos de Hacienda y usted compró un piso en el casco antiguo hace seis años, un lugar que usa para sus fines más lucrativos y menos legales. Casualmente, nuestras investigaciones apuntan a que el asesino tiene una vivienda en la misma zona. En estos momentos estamos registrando su casa, y como tenga en ella una impresora Hache Pé Laser Jet Series siete siete cinco cero Equis Pé le empapelo de por vida en el trullo por asesinato premeditado y me aseguraré que duerma en una celda sin cama y con suelo irregular, que tenga un agujero de palmo y medio de profundidad para cagar y como compañero de celda a un gigante senegalés violador de niños.
»Sí, gracias a usted Petrescu consiguió el trabajo altamente deseado. Pero como buen vampiro chupasangre y corredor de seguros le tomó el pelo y se quedó con todo el dinero. A Petrescu le salió redondo el negocio: ganaba un pastón, a usted no le pagó el resto de lo prometido y tenía a su peor enemigo, Héctor Mature, encerrado y humillado en una celda gracias a un informe que usted se había asegurado en exagerar, tanto, que ya era irrevocable. El vampiro se la había jugado bien y usted se quedó con un palmo de narices. Usted, doctor, ya había cobrado una parte y no necesitaba más dinero, pero claro, le pudo el orgullo. Cuando uno trata con un vampiro siempre está alerta porque sabe cómo se las gastan, pero en el fondo uno siempre piensa que a él no se la van a meter doblada, que uno es más listo y no se dejará embaucar. Y cuando se despertó usted una mañana y se dio cuenta que había sido merecedor de un premio "al más primo de los doctores" se enfureció tanto que ideó un plan de venganza y muerte.
»Usted sabía que Héctor Mature quería vengarse de Míster Tepes, así que lo preparó todo y le utilizó. Le envió usted notas amenazadoras al vampiro impresas con una fuente de letras prohibida, la Liberation Serif y haciendo uso del nick de Petrescu para que todas las pruebas apuntaran a un tal Bigman, otro forero al que se la tenía jurada el señor Mature. Ya se encargó usted de que Mature no me revelara una aversión alarmante ni hacía Tepes, ni hacia Bigman, simplemente dejó las miguitas de pan para que el CSIC siguiera el rastro que a usted le convenía.
»Y usted liberó una noche a Héctor Mature para que matara a Petrescu y luego lo volvió a encerrar. El mayor sospechoso tenía la coartada perfecta: ¿cómo iba a salir de la celda de reclusión especial para matar a Petrescu? Era imposible, a menos que contara con la inestimable colaboración de usted. Pero el CSIC no es tonto, caballero, investiga.
Tras la parrafada, se tomó tres segundos de respiro.
—Y con esto sólo me queda decir que queda usted arrestado —concluyó Esparza sacando a relucir las esposas cromadas.
—No, no... —dijo asustado el doctor Casas dando un paso atrás—. Se... Se equivoca usted de pleno.
—No se resista, se lo advierto. Tengo fuera a tres agentes armados con ganas de darle una paliza a alguien que se resista a ser arrestado, pero yo tengo más ganas todavía y soy su superior. ¿Me he explicado bien, doctor, o le hago un croquis?
—Mire, lo confieso. Me dedico a falsificar documentos médicos, eso es verdad, pero todo lo demás es falso.
—Típico de los asesinos, confesar sus crímenes menos graves como señal de buena voluntad para evadirse de los cargos de asesinato. Lo siento, pero no cuela.
—Señor Esparza, hasta hace diez minutos yo no sabía que Vlad Petrescu era Míster Tepes, se lo aseguro.
—Ah, ¿sí? ¿Cómo explica usted, pues, la extraña coincidencia de que se conociesen ustedes?
—Ya le he comentado anteriormente que eso no me encaja mucho y que ahora que lo sé entraña un misterio mayor que la fórmula de la Coca-Cola pero, si me permite, voy a contarle lo ocurrido.
»Llegó a mis manos este paciente, Héctor Mature, y le diagnostiqué esquizofrenia, personalidad múltiple y manía persecutoria, como bien habrá leído en mi informe. Recomendé entonces su reclusión inmediata a una celda de seguridad máxima por tiempo indefinido. No lo hice coaccionado ni tampoco a cambio de ningún favor, sino por lo que me dictaba mi ética profesional. Sí, no me mire así, yo también tengo ética profesional, sobre todo en los casos de seguridad ciudadana. Usted mismo ha podido intercambiar pareceres con el señor Mature y ha concluido como yo que es un peligro para la sociedad. ¿Capaz de matar a Petrescu? Con total seguridad, aunque igualmente le aseguro que no lo hizo porque ciertamente no salió de aquí. Puede consultar las cintas de seguridad o hablar con los guardias. Ni siquiera yo puedo sacarlo de aquí sin que se enteren varias personas.
»El caso es que al poco tiempo de internarlo me visitó Petrescu. Como le he dicho, yo no sabía que se trataba del mismísimo Míster Tepes. ¿Cómo iba yo a saberlo si no me lo dijo nadie? Y le aseguro que él no me lo dijo, ni tampoco mostró ninguna aversión contra Mature/Galendel. Todo lo contrario, me dijo que era un familiar lejano que le debía un favor y que haría todo lo posible por sacarle de allí. No le creí del todo hasta que dejó sobre mi mesa treinta mil euros del ala para que yo hiciese un informe favorable que garantizara la salida de Mature a corto plazo. Le dije que no podía ayudarle en eso puesto que el tema era harto irreversible. Me tentaba el dinero, es cierto, pero cuando las vidas de los inocentes corren peligro soy bastante radical. Sin embargo, en vista de que a Petrescu le sobraba el dinero le dejé caer como quien no quiere la cosa que si algún día necesitaba una ayudita con papeleo médico, él mismo o algún amigo suyo que necesitase, no sé, por ejemplo, un título universitario de neurocirujano, que se pasase por mi piso en el casco antiguo y trajera el dinero que se lo arreglaría gustoso.
»Y un tiempo después vino a mi piso solo, en el horario convenido que casualmente cuadraba con su vida nocturna. Me dijo que necesitaba urgentemente un certificado médico que dijese que era un 92,6% vampiro. Como se imaginará, no necesité hacerle las pruebas de ADN. El tipo daba el perfil típico de vampiro de alta pureza y, digamos, que creí en su palabra y en sus treinta mil euros. Me ofreció cuarenta mil más por la liberación de Mature, insistió mucho, como verá. Pero no cedí ni un gramo. Se enfadó mucho, pero recogió el certificado y se largó por patas.
—Eso no tiene ni pies ni cabeza. ¿Para qué iba a querer sacar de aquí a Héctor Mature, él, su máximo enemigo y rival?
—Pues eso le comentaba yo, que me extraña mucho ahora que sé quién era. Y sin embargo me encaja que no quisiera visitarle cara a cara. Se excusó diciéndome que no quería verlo en tal lamentable estado y que quería que Héctor pensara que había salido de allí realmente rehabilitado, sin necesidad de una ayuda externa.
—Sigue sin cuadrarme.
—A mí tampoco. Ahora mismo la única explicación que se me ocurre es que a Petrescu no le fuera suficiente venganza ver a su enemigo humillado y que lo quería muerto. Quizás incluso matarlo con sus propias manos mirándolo a la cara sin que nadie le viera. Y para eso necesitaba que Héctor saliese, como mínimo, de la celda de reclusión especial.
—Sí, eso tiene su lógica.
—Le he contado lo que ocurrió, tal cual, se lo juro.
—Bueno, eso es su opinión contra la mía. Tendrá que acompañarme a comisaría hasta que lo aclaremos porque le guste o no, mi versión encaja mejor y mola bastante más.
—No, oiga, son los hechos. Usted no tiene pruebas, sólo conjeturas.
—Indicios suficientes para arrestarle y llevarlo ante un tribunal.
—No puede arrestarme por asesinato eso es absurdo. No tiene pruebas. ¡Ninguna! Mi abogado le pondrá en ridículo ante el tribunal. Está usted a punto de poner fin a su carrera si sigue por estos cauces. Tengo contactos en las altas esferas que pueden asegurarme de que ya no ejercerá jamás la profesión. ¿Entiende lo que le digo?
Esparza entendió. Lo que no sabía el doctor Casas es que a Esparza sólo había una cosa que le cabreara más que le amenazaran, y era que le chantajeara una mujer. Y como el chantaje ya se lo habían hecho y no estaba allí presente la hija de todas las mujeres de mal vivir (léase una tal Clarisse de la Vega), el capitán del CSIC volcó toda su ira con lo que tenía más a mano. De esta suerte cogió la muñeca del doctor Casas y la retorció, haciendo que su presa se pusiera de rodillas implorando piedad por el dolor. Con un hábil movimiento marcial lo tumbó boca abajo y le colocó las esposas mientras que con la rodilla le presionaba la cara y el cuello. El doctor Casas intentaba replicar algo, pero el aire apenas podía entrar o salir de su garganta. De un fuerte tirón, lo levantó del suelo y le dijo:
—Señor Casas, queda usted arrestado por falsificación de documentos médicos, atentando contra la salud pública. De su presunta implicación en un asesinato, ya se verá más tarde.
En ese preciso momento sonó el teléfono móvil de Joe Esparza.
—¿Sí? —contestó cabreadísimo, aunque en cierto modo le aliviaba el ánimo el ver que la pantalla del iPhone, aunque quebrada, seguía siendo funcional—. Estoy deteniendo a un sospechoso, espero que sea importante. ¿Hay novedades?
—Sí, señor Esparza —dijo una voz al otro lado del teléfono—. Hemos acabado de revisar la casa del doctor Casas (nunca mejor dicho) y sí, hay evidencias de fraude y falsificación, pero no hemos encontrado la impresora que nos indicó.
—¿Está usted seguro? Busque bien o esto le puede costar el puesto.
—Hemos revisado palmo a palmo y hay una impresora pero es un modelo Canon, no HP. Tal vez la tenga ahí en su consulta, o bien en su residencia habitual.
—Está bien, está bien... Ya hablaremos. —Y colgó.
Recuperado el aliento, el doctor aprovechó el impás para hablar.
—Mire, señor del CSIC, está usted cometiendo un grave error.
—¡Cállese!
—No puede cargarme el muerto porque simplemente no estoy implicado. No sé lo que busca, pero no hallará más pruebas de las que tiene. Es cierto que puede imputarme el cargo de falsificador de documentos, pero le recomiendo que tampoco lo haga.
—¿Me recomienda usted? Creo que no está en posición de recomendarme nada.
—No se equivoque, no es una amenaza. Es un consejo. Si usted me detiene por falsificador, mi reputación como médico se verá altamente perjudicada.
—Cuento con ello. Si va a implorarme por su salario digno, que sin él no va a poder pagar su carísimo tren de vida, le advierto que sólo me causará más placer su detención.
—Oh, no, en absoluto. Sólo quiero que piense en las consecuencias —le dijo agotando lo que parecía ser su última oportunidad de salir indemne de aquella situación.
—¿Consecuencias? Sólo veo una consecuencia clara: usted fuera de la circulación médica, situación irremediable que me complacerá sin duda alguna.
—Exacto, a eso me refiero. Pero no estrictamente a eso. ¿No se da cuenta de lo que eso implica? Todos los documentos que he redactado y todos mis diagnósticos serán puestos en duda. Todos. Incluido el caso de Héctor Mature. Será llevado el caso a revisión, ¿y sabe qué? Le asignarán el caso a un estudiante de medicina y psiquiatría en prácticas, ansioso de quedar bien y ascender rápidamente. Como la opinión pública estará en mi contra, lo políticamente correcto será salvar a un pobre administrador de un foro, que sin duda fue víctima de mi negligencia. ¿Va a arriesgarse usted a que un pollo en prácticas libere a Héctor Mature y poner así en peligro a ésta nuestra sociedad a la que usted juró proteger por el resto de sus días?
Joe Esparza vaciló. Sabía que el maldito doctor tenía razón. La puñetera sociedad funcionaba a partir de gente en prácticas que cobraba una miseria y ocupaba lugares de responsabilidad sin tener experiencia suficiente, esperando aprovechar cualquier resquicio para poder progresar y librarse rápido de esos contratos basura que les atenazaban sin piedad. ¡Oh, malditos explotadores!, exclamó Esparza en su interior, todo esto es culpa vuestra.
A regañadientes, el capitán del CSIC introdujo una llave en las esposas, liberando las muñecas del doctor.
—Le aseguro que hace usted lo correcto, señor —le agradeció el doctor.
—Más le vale portarse bien a partir de ahora, doctor Casas. Y rece usted para que no encuentre más evidencias que le relacionen directamente con el asesinato de Petrescu o caeré sobre usted con todo el peso de la ley. ¿Me ha entendido?
El doctor Casas cabeceó un "sí", sin agregar nada más, no fuera que le entrara de repente la cordura al otro y se arrepintiera de dejarlo en libertad. Aunque, bien pensado, la baza de Héctor Mature era un as en la manga frente a Joe Esparza. Lo cual pensó que le venía bien. A fin de cuentas, las penas y sanciones que pudieran caerle no diferían mucho si eran cien o doscientos documentos falsificados.