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el misterio de la oficina caoba

El misterio de la oficina caoba

Capítulo 07

Departamento de informática

Abrió la puerta del cuchitril, dos escasos metros cuadrados llenos de cables, cederrones (CD-ROMs para los anglicistas traidores), y Ernest Esquerra dio un brinco mientras le daba a tecla escape como si en ello le fueran los garbanzos. Joe Esparza sabía que estaba haciendo algo indecente en horas de trabajo.

—¿Otra vez jugando al Tetris, Esquerra?

—Lo siento, capitán —se sonrojó Ernest—. Me relajaba un poco. Llevo hoy ocho reinstalaciones de Windows, limpiezas de virus, recuperación de mails y de varias bases de datos.

—¿No reinstalaste Windows a medio CSIC la semana pasada?

—Sí, y hoy la mitad de esa mitad, y la mitad de la otra mitad tenían cinco troyanos, siete gusanos y una decena de spyware, incluido su propio ordenador.

—Bueno, pues a ver si instalas bien el antivirus esta vez. Como comprenderás, los datos que aquí manejamos son de importancia vital para el país —dijo realmente preocupado. No se quería ni imaginar que pudieran haberse borrado un par de carpetas repletas de fotos guarras que le había costado bastante tiempo recopilar. Y la serie de Perdidos al completo.

—Como usted comprenderá, si no se tiene un mínimo de cuidado, por mucho antivirus...

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—Tonterías.

—Es como si usted se pone una puerta blindada en su casa y se deja la ventana abierta.

—Tonterías. ¿Crees que aquí somos tan tontos como para dejarnos las ventanas abiertas? Somos el CSIC, por Dios, no un panda de desarrapados ignorantes.

—Bueno... ¿puedo hacer algo por usted, capitán?

—Sí, venga, haz algo de provecho, para variar —le dijo extendiéndole la nota impresa.

—¿"Sé quien eres, Mr_Tepes"? ¿Qué quiere que haga yo con esto?

—Averigua quién ha mandado este mensaje.

—¿Mande? Soy de informática, no de rastros.

—Esto está impreso en una impresora láser. Es de tu competencia.

—Ya, como instalar el DVD de la sala de juntas o poner en hora todos los relojes del CSIC cuando se va la luz.

—No me toques los cojones, Ernest, y no te abriré un expediente por jugar al Tetris en horas de trabajo. Ya podrías jugar a algo menos casposo, un juego de matar alemanes, desarticular bombas, al FIFA o algo así.

—Pero, ¿cómo quiere que sepa yo averiguar quién escribió esto? Deme la dirección web de un blog y le diré en qué servidor está alojada, desde dónde se envían los mensajes, quién es el propietario y con quién se acuesta. Deme el ordenador de un sospechoso y le sacaré todos los datos aunque hayan formateado el disco duro, lo hayan quemado después y partido con una radial. Pero esto no tiene ni pies ni cabeza, esto no... esto... esto...

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—¿Qué te pasa, Ernest? —El informático se había quedado diez segundos ausente—. ¿Ernest? —Quince segundos—. ¡Ernest, coño, reacciona!

—Esta fuente de letras... —dijo al fin, en tono misterioso.

—¿Qué ocurre con la fuente de letras?

—Parece una Times New Roman. ¿Verdad?

—Claro. Porque es una Times New Roman, listillo. No hace falta ser informático para saber eso.

—Pues se equivoca. No es una Times New Roman, sino una Liberation Serif. El parecido es mucho, pero si se comparan bien salen a relucir diferencias claras. —Sus dedos volaron sobre el teclado, y escribieron "Sé quien eres, Mr_Tepes" por duplicado, y puso la frase en Times New Roman y en Liberation Serif. Para comparar.

—Ok, aunque me cueste reconocerlo —era verdad, le costaba reconocerlo—, tienes razón. ¿Y?

—Bueno, parece una tontería, pero no lo es. La Times es una fuente con copyright, mientras que la Liberation es de uso libre y gratuita. Se creó expresamente para sustituir a la Times.

—Ajá. Entiendo. Nuestro asesino es de los que no quiere pagar derechos de autor, uno de esos locos idealistas del software libre. Un paria desgraciado e incomprendido que no sale de su habitación, un friki de Linux, un personaje sin personalidad, alguien que se baja música del emule, de los que se descargan capítulos de series americanas subtitulados, que aprende japonés para ver anime, un fuera de la ley, un adorador del demonio. Eso reduce la lista de sospechosos considerablemente.

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—Sí, bueno, el perfil del sujeto ya es cosa suya. Yo sólo le he dado una pista que seguir.

—Hombre, es el perfil estándar de los amantes del software libre y el pirateo, de aquellos que se aprovechan del esfuerzo de los demás y no dan un palo al agua —escupió, literalmente, en el suelo—. Delincuentes de medio pelo que enarbolan una hipotética bandera de libertad, pero que en verdad coartan la libertad de los demás. Talibanes de la propiedad intelectual. Okupas de la sociedad de consumo.

—Cierto, cierto... —convino Ernest falsamente convencido. Se sabía de memoria los razonamientos del Gobierno: no pueden hacerse cosas gratis que compitan con los productos de las empresas, porque entonces se entra en la competencia desleal.
Al principio, no se hizo mucho caso de todo este movimiento idealista porque sólo una minoría hacía uso de ellas. Pero cuando Firefox superó a Explorer y Chrome a éste, cuando Linux se alzó como alernativa al inestable Windows, cuando muchos cantantes se autodistribuyeron sus canciones por internet a precio cero, otros muchos escritores de libros preferían obtener los beneficios directamente por donaciones, cuando las distribuidoras del ocio temblaron, entonces, en ese momento, se encendieron las alarmas y los lobbys de presión correspondientes movieron sus piezas. Había muchos modelos de negocio en peligro y, por tanto, muchos bolsillos acostumbrados a forrarse que veían que se les acababa el chollo. De ahí la acertada Ley Keen: todo lo que pueda ser disfrutado tiene que ser pagado y generado por empresas que paguen sus impuestos y paguen salarios a sus trabajadores. Todo lo demás es ilegal. Regalar es ilegal, salvo el 6 de enero. ¿Cómo si no iba a mantenerse en pie un sistema capitalista? Hasta los países comunistas aprobaron esta medida, pues eso de compartir gratis tampoco favorecía a las empresas del gobierno. Era de pura lógica. Lo extraño era que el bueno del ex Comandante Keen hubiese tardado tanto en darse cuenta y en poner freno a la debacle.
Ernest, como decía, se sabía de memoria las razones pero estaba ligeramente en desacuerdo (aunque tampoco mucho, por si las moscas). A él le habían cortado la conexión de internet en casa, multazo de quince mil euros mediante, y le habían metido un año en la cárcel porque en una redada sin previo aviso le habían pillado en casa una Ubuntu instalada, cientos de canciones Creative Commons, y un CD pirata de Depeche Mode, el Violator para más sorna. La sentencia, como estaréis pensando, había sido harto suave dadas las circunstancias, pero eso fue porque Ernest pudo recurrir a su tío Juanjo Tormo, un afamado abogado que le hizo casi gratis la defensa (casi porque era un gran aficionado a las motos, y eso era un vicio caro).
Del mismo modo, Ernest pudo salir de la cárcel gracias a un programa de reinserción social, trabajando en el CSIC durante cinco años como ayudante informático. Evidentemente, no ejercía de ayudante precisamente, sino de responsable porque no había nadie más que él en el departamento de informática. Eso sí, le pagaban el bono bus. No podía quejarse.

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—Vamos, tú lo sabes mejor que nadie. Tú eras así, ¿recuerdas?

—Más o menos, sí. Pero ya no. Estoy completamente rehabilitado.

—Ya. Lo que no me explico es por qué tienes instalada fuentes Liberation en tu ordenador...

—Oh, necesito tener material de esta índole para fines puramente de investigación. Balística tiene modelos de amas prohibidas para poder comparar las balas disparadas con las encontradas en los escenarios. Y muestras de explosivos ilegales. Narcóticos atesora drogas de toda índole y Bioquímica cepas de peligrosos virus experimentales. Esto es lo mismo.

—Ya, ya... Igualito. Tú pórtate bien y no diré nada sobre la Liberation y el Tetris. Sólo ten presente que la reincidencia se paga con celdas húmedas que incluyen compañeros de dudosa tendencia sexual.

—No tendrán queja de mí, se lo prometo —dijo el casi ex ex presidiario informático—. Por cierto, ¿ya saben quién es Mr_Tepes?

—Estamos investigando si el chupasangre tenía una relación con empresas de jardinería. —Tras ver la cara extrañada de Ernest, aclaró—: Los tepes, señor inculto, son los rollos de césped con tierra incorporada que se usan para plantarlos inmediatamente. Dada la obsesión manifiesta del señor Petrescu por la madera de caoba, me huele que algún negocio turbio tenía entre manos relacionado con el voyante sector de las casas de madera, los jardines o, quien sabe si acabó poniéndole un césped en malas condiciones al campo de fútbol del Atlético de Madrid. Estamos en ello.

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—Con el debido respeto, señor —dijo con la típica pausa de todos aquellos cobardes insubordinados que esconden con estas mismas palabras su claro desacuerdo con un superior que puede amargarlo de por vida—, me temo que es todo mucho más sencillo. En primer lugar, debemos fijarnos en el guión bajo, o también llamado carácter subrayado, que hay entre Mr y Tepes. Claramente está sustituyendo a un espacio en blanco y al punto de rigor en las abreviaturas. ¿Por qué? Muy fácil: porque no pudo ponerlos.

—¿Insinúas que su teclado no tenía puntos ni barra espaciadora? Eso es del todo absurdo —acusó. Aunque lo absurdo del tema y la mala uva que siempre le entraba cuando alguien le restregaba algo "con el debido respeto" le impulsaban a aplastarle las gafas con el puño al interfecto, Ernest estaba planteando el asunto cuando menos desde una perspectiva novedosa. ¿Por qué nadie le había dado importancia al guión bajo?

—Oh, no, no, no. No me he explicado bien. Sin duda Mr_Tepes, tal cual escrito, es un nick de un foro de internet, un alias. Muchos foros no permiten colocar un nombre de usuario con caracteres extraños, como acentos, puntos o espacios en blanco porque resultan incómodos a la hora de generar consultas SQL a su base de datos y sobre todo el paso de parámetros GET desde la barra de navegación, porque hay que escaparlos o codificarlos con caracteres compuestos ex profeso para URLs.

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No os preocupéis si no habéis entendido nada de esta jerga informática, pues el bueno de Esparza tampoco entendió un pijo, ni yo tampoco, ni falta que nos hace a los cuatro. Lo único que entendió y lo que a fin de cuentas es importante fue la siguiente frase:

—... por eso los usuarios que eligen un nick compuesto de dos palabras, suelen colocar un guión bajo para separarlas, a modo de espacio.

—Interesante teoría. Un nick. Un poco ridículo, la verdad, "El señor de los tepes". Suena a trilogía mala sobre alguien que trafica con hierba para fumar para pagarse un anillo de compromiso. Ese tío está mal de la azotea. Por Dios, qué cutrez.

—No, no, no, no, no. En realidad debe referirse al señor Tepes más famoso del mundo: Vlad Tepes. Ya sabe... el nombre real del Conde Drácula. Apuesto a que el señor Petrescu se puso ese nick en algún foro en homenaje a la obra más célebre de Bram Stoker.

Joe Esparza gruñó con desdén. No le gustaba reconocer cuando alguien se anotaba un tanto con merecimiento en sus morros, pero tuvo que admitirlo. Eso sí, lo admitió de cráneo para adentro porque tampoco era plan de darle motivos a los empleados para pedir mejoras salariales. ¿Un chupasangre fan de Drácula? Desde luego que los vampiros eran todos monotemáticos. Se gustaban a sí mismos hasta límites insospechados. No en vano los Santos vampíricos por excelencia eran San Vladimir, San Drácula, San Narciso y San Dorian Gray, y la mayoría de vampiros tenían un blog que actualizaban diariamente. Aunque, claro, como ya sabéis, en esto de los vampiros hay una amplia gama de matices y a J. Esparza, aún pareciéndole una somera chorrada, no le pasaban desapercibidos. Pues si bien de toda la vida había existido el culto al vampiro mitificado en la figura de Drácula —esa pose, esos colmillos, esos ojos inyectados en sangre, esa capa polvorienta—, luego las tendencias marcaron un vampiro más atractivo, sensual, hasta llegar a nuestros días donde la última moda es el vampiro metrosexual, con problemas de amores adolescentes, protagonista indiscutible de los culebrones venezolanos.
Da igual que en las novelas o en las series se interprete a vampiros reales de carne y hueso que te sorben la economía familiar en forma de prestamistas engominados, o si son de corte fantástico y el metrosexual de turno es un chupasangre que se convierte en murciélago, trepa por las paredes y se desvanece como la niebla cuando la cosa pinta chunga. Lo curioso es que los que inventaron la metrosexualidad fueron los elfos, no los vampiros. Esos se subieron al carro bastante después.
Bien pensado, tampoco es mucho de extrañar. Su laaaargo y sedoooooso cabello rubio o plateado tan reutilizado en los anuncios de champú (consiga un pelo fuerte, sano y brillante como el de un elfo), sus mentones imberbes en los anuncios de cuchillas de afeitar (mantenga su piel suave y fresca como el culito de un elfo) y la fama de sensibleros empedernidos (pruebe el chocolate blanco Elendil y llorará de la emoción como un elfo que contempla una flor en primavera).
Normal que una panda de afeminados pusiera de moda la metrosexualidad. Lo malo es que tras los vampiros ya van los humanos más castos y la cosa ya es de nota cuando uno ve por la calle a un licántropo que se depila el pecho, los hombros y la espalda, a un orco que se hace la manicura o a un zombi preocupado por sus ojeras. Es entonces cuando uno se da cuenta de que el mundo está desbocado y cree más que nunca en la teoría del caos: una mariposa aletea en París y miles de borregos se depilan en Alabama.

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—Vamos, un puto caos —añade Esparza en voz alta.

—¿Perdón?

—Nada, no lo entenderías. ¿Por dónde íbamos?

—Mr. Tepes admirador de Drácula. Acabo de colocar el nick directamente en Google y... ¡Bingo! Cuatrocientos veintisiete resultados. Un tipo muy activo, este Mr_Tepes. Frecuentaba muchos foros de economía. Esto parece que encaja, jefe.

Maldita sea, pensó Esparza, todo el departamento de documentación investigando el nombre de marras y sólo le habían sacado lo de los tepes de césped. Ahora toda esa trama que se había imaginado entre magnates del negocio del fútbol y las casas de madera le parecía ridículo. ¿Acaso esos incompetentes no habían usado el Google como Ernest lo había hecho, tal y como habría hecho cualquier ciudadano normal?

—¡Juas! —rió Ernest tras leer en su pantalla de ordenador—. Lo gracioso es que si pones tepes a secas en el Google no aparece Mr Tepes, ni Vlad Tepes hasta la página cuarenta y seis. Sólo se habla de tepes de césped. No me extraña que los de documentación se volvieran locos y se montaran su película.

Mierda, pensó Esparza. Una venilla se le hinchaba en la sien.

—Y evidentemente nadie leyó a Stoker —apostilló Ernest.

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Más mierda, pensó Esparza. Un ojo le titilaba nervioso.

—Aunque claro, tampoco hace falta tanto, esto es culturilla general —apostilló de nuevo.

Miles de mierdas amontonadas una encima de otra, pensó Esparza.

—Y el colmo es que lo primero que hubiera hecho un niño de cinco años es poner en Google Mr_Tepes y ya tendría la solución del enigma al alcance de un clic.

—Bueno, ya está bien —cortó Esparza antes de que su ira provocara daños irreparables en la cara del informático—. Averigua todo lo que se puede averiguar de ese Tepes de los foros. Todo. Los horarios de posteo, a qué hora come, a que hora se duerme, con quien se acuesta, si tiene amigos que quieran matarle, si es Vladimir Petrescu, si es un puto chiflado. Y no te vayas a casa hasta que no me des nombres y direcciones de sospechosos. ¿Está claro?

A Ernest no le hizo falta contestar.

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“El misterio de la oficina caoba” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported. Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.
By Víctor Martínez Martí @endegal Starring Joe Esparza @esparzacsic Léelo directamente desde tu Kindle