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—Señor —dijo el huellista (Nota del autor: sí, huellista, ¿qué pasa?, si la excelentísima RAE ha parido engendros de la talla de cederrón, yo también puedo inventarme lo que me apetezca)—, la palanca tenía huellas del propio Vladimir Petrescu. Lo cual no parece tener mucho sentido. ¿Para qué iba a forzar él su propio cajón blindado?
—Claro, ¿y para qué iba a romperse él mismo las costillas? ¿Pero tú eres tonto? —Esparza se pasó la mano por la cara intentando calmarse—. ¿Qué más tienes?
—Las huellas del vaso de sangre Gran Reserva pertenecen a Vladimir Pertrescu.
—Bien, ya me lo imaginaba, ¿qué más?
—Las huellas del vaso de Bourbon también pertenecen a Vladimir Pertrescu.
—¿Qué? —exclamó J. Esparza, indignado—. No. Error. Erroooor. No es posible. Marcelo Malatesta, ¿entiendes? Las huellas son de Marcelo Malatesta.
—No, señor —le contradijo el huellista—, son del señor Petrescu, créame. Lo he comprobado varias veces. Hasta las marcas labiales son de él. Lo he contrastado con el cuerpo. Tal vez al chupasangre le entraron ganas de darse un lingotazo de buen whisky.
—No tienes ni puta idea de vampiros ni de analizar escenas del crimen. Menudo incompetente estás hecho. La cosa está bien clara: nuestro asesino es mucho más listo que tú, Andrés. Ha bebido del vaso, pero ha usado guantes, lo cual implica premeditación y alevosía. Las huellas encontradas de Vladimir se deben a su manipulación del vaso, antes y después de que el asesino bebiera de él. O bien el asesino ha sido mínimamente inteligente y ha borrado sus huellas, dejando las del muerto donde a él le interesa. Ha puesto el vaso en los morros del chupasangre. Igual que con la palanca; la usa con sus guantes y luego hace que el vampiro inconsciente la manosee. ¿O no harías tú lo mismo? —Andrés agachó la cabeza, como buen becario en prácticas—. ¿Y las huellas que te ha pasado Telgarien?
—Uf —suspiró el huellista en prácticas—, me han llegado las del ascensor. Trescientas cuarenta y siete muestras. Pero sigue procesando huellas, según me ha dicho.
—Eso espero, que acabe su trabajo. ¿Resultados preliminares?
—He empezado con las huellas del botón 33, tal y como me recalcó el teniente Telgarien. Un total de cincuenta y ocho huellas superpuestas.
—Vale, imprímeme la lista de nombres.
—No será necesario. Las huellas legibles apuntan a un sólo hombre: Jota punto Esparza. Usted.
Esparza se pasó la mano por la cara, nervioso por la escasez de resultados. Recordó ese botón 33 que no funcionaba y que aporreó irresponsablemente antes de colocarse los guantes de látex. Tras poner en entredicho el juicio de Telgarien acerca de la importancia del botón 33 a base de improperios, cambió raudo de tema.
—¿Y las huellas de la nota amenazante?
—No he encontrado huellas, ni nada significativo. La nota está completamente limpia.
—Bien, cuatro fuentes de huellas jugosas y no has sacado nada de provecho. Date por despedido.
—¿Qué? No me puede despedir, estoy en prácticas. —Era verdad, le habían renovado el contrato de prácticas nueve veces, en períodos de tres meses, gracias a la última medida del gobierno para que se redujese el paro y los empresarios pudieran tener incentivos para aumentar su productividad a bajo coste a base de tener en sus filas a universitarios, aunque fueran ya cuarentones.
—¿Y?
—Bueno... Que no me pagan ni el bono bus. No creo que mi puesto de trabajo sea un lastre para el departamento.
—¿Y? ¿Vas de listillo? La próxima renovación de tu contrato de prácticas, la décima, nos obliga a hacerte un contrato normal, creo que llevas mucho tiempo esperándolo. Si te despedimos, donde vayas podrán hacerte otros nueve contratos de prácticas. Y tal como está la economía, créeme, será lo más probable.
—No, por favor... —suplicó el casi ex huellista en prácticas—. Sumaré una hora más a mi horario laboral si es preciso.
—Bien, bien... Aunque eso no garantiza que te hagamos contrato. Con tu incompetencia, seguramente nos saldrá más rentable otro pollo en prácticas. No hallaste nada en una prueba, eso es lamentable, y en las otras dos, nada concluyente.
—¡Bueno, sí hallé algo de interés! ¡La tinta de la nota es polvo de tonner! —dijo a la desesperada.
—Ajá, o sea que se imprimió con una impresora láser. No es gran cosa, pero quizá eso te libre del despido...
—Gracias, capitán —respiró el casi ex ex huellista en prácticas.
—...al menos esta semana —añadió al final el capitán del CSIC. Cogió el folio impreso, objeto de estudio y salió del departamento de huellas—. ¿Y a quién coño le endoso ahora yo esto? —masculló. Y al pasar por delante del departamento de informática, le vino la inspiración.